¿Se acuerdan?
Los diskets, las USB, los CD's, los reproductores de música, los celulares, absolutamente
todos los anteriores, aunque han perdido vigencia gracias a los avances tecnológicos
fueron vitales en algún momento. Puede que, al menos algunos de ellos ya sean
considerados obsoletos y primitivos para aquellas generaciones que nacieron en el
mundo de los avances técnicos como pan de cada día, pero sería injusto desvirtuar el
aporte de los mismos a los usuarios de los computadores de hace algunos años. Cuando
el correo electrónico se convirtió en la nueva forma de interrelacionarse y la bandeja de
entrada empezó a hacerse cada vez más completa y funcional, nos dimos cuenta que
este medio, aunque no sea del todo físico, nos permitía almacenar nuestra información
sin la necesidad de tener que cargar alguno de esos objetos. Poco después de eso,
algunos ingenieros de sistemas medio locos se inventaron un nuevo medio: las nubes
virtuales. Honestamente no sé cómo funcionan y es suficiente para mí el simple hecho de
que mi información esta en algún lugar del cosmos segura, y además me tranquiliza saber
que es suficiente tener acceso a internet para poder verla.
Pero todos esos avances son producto de algo. No podemos caer en la ingratitud de
negar la importancia de la escritura en todas estas nuevas dinámicas. Se ha hablado
mucho del origen de algo tan amplio e importante como la historia. Pues bien, vale la
pena aclarar que, al menos un enorme sector del mundo considera que el comienzo de la
historia se remite a las primeras formas de escritura y comunicación fija. Cuando el
hombre fue capaz de, además de interrelacionarse, dejar una evidencia voluntaria de
hechos, tradiciones y culturas enteras, la memoria colectiva de la humanidad entro en
rigor. Si alguien no entendía porque el sol sale de un lado y se esconde del otro, para
poder aportar a su descendencia, solo tenía que esbozar lo que pensaba para que,
generaciones después, algún curioso dedicara su vida a resolver una duda tan grande.
Poco a poco la incertidumbre seria menor y, además, el conocimiento del hombre y su
realidad (su entorno, su mundo, su universo) iba a ser mayor. Puede haber sido el inicio
de la colectividad más grande jamás vista. Si Millonarios tiene una hinchada respetable (al
menos en tamaño), si el Camp Nou del Barcelona F.C logra juntar a mas de 90000
espectadores en un solo lugar, si Lady Gaga tiene millones de fans en Twitter, todo
parece un esfuerzo en vano si lo comparamos con la colectividad del conocimiento. No
solo todos participamos en ella, sino que con cada generación van apareciendo nuevos
integrantes; y los que ya murieron, mientras hayan aportado, siempre habrán sido
precedentes de un futuro mejor.
De acuerdo con el párrafo anterior, es por ejemplo el libro un medio de almacenamiento
notable. Tal vez el más influyente. El libro ha sido por siglos la manera de acceder al
conocimiento si no más popular, si el más eficiente y completo. Si no fuera por el libro nos
preguntaríamos sin poder resolver ¿quién es Shakespeare? ¿Quien es Magallanes?
¿Calderón de la barca? Y en cambio, gracias a unas cuentas hojas de papel apiladas con
unos símbolos extraños podemos hablar de la importancia e influencia de esas personas,
aun hoy en el siglo XXI.
Se habla mucho de la perdida de memoria del ser humano. Hemos construido un
fetichismo de la tecnología que, aunque nos ayuda a avanzar, en algún momento nos
estancara. Somos dependientes de internet, jonkies de la red, y vivir sin ese medio resulta
casi insoportable. Pues bien, Carr sugiere que el error descansa en nuestro afán por
dominar lo nuevo aunque no entendamos lo precedente. Los medios virtuales, las
grandes bases de datos de almacenamiento, el wi fi, la velocidad de transmisión de
información no debe ser considerado como un sustituto de antiguas formas de almacenar,
de recordar, sino como un complemento que nos sirva para entender el inmenso universo
en el que vivimos. Así y solo así vamos a poder, cuando estemos preparados, usar todos
los medios posibles para poder convertirnos en algún tipo de oráculos (sin la connotación
mística que la palabra tiene) de nosotros mismos.
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